sábado, 4 de agosto de 2007

Claroscuro

A su abuelo le hubiera encantando estudiar esas cosas del cielo. Sueños de
la adolescencia del viejo, que lo mantuvieron joven.
Ella siempre se preguntó si por esto de la descendencia, el abuelo había
tenido algo que ver y la habían llamado Sol Selene (por eso del sol y la luna).
Desde chica, se acostaba tarde. A medida que fue creciendo, sus horarios
de estudio eran cada vez más insólitos. Hasta que un día los padres consultaron a
un viejo médico sabio (menos mal), que de forma muy sencilla, les explicó que por
esas cosas del designio de la naturaleza era noctámbula, acotando que la dejaran
en paz (menos mal).
Que cosa esto del nombre. Cuando tenía seis años, quiso averiguar como
hacer para cambiarlo por uno que le gustara, porque, lo más lógico, pensó y dijo,
era que cada uno pudiera llamarse como quería, pues el nombre era propio, o
no?.
Fue ese día cuando sus padres vislumbraron por primera vez que no sería
fácil. Y la verdad, que no fue fácil para ninguno.
A medida que creció siempre intentó hacer lo correcto, porque sí no, creía
que no la iban a querer. Y este fue el secreto que hasta hoy no develó. Ella
necesita que la quieran. Como se necesita el día y la noche. Simplemente que la
quieran.
Fue eligiendo su vida, intentando ser considerada con todos y por todos, no
entendiendo como era esto de hacer las cosas como querían los demás y generar
tantas reyertas alrededor. Años le costó comprender que en realidad hacía lo que
ella quería como creía que querían los demás. Es complicado, pero más claro
imposible. Imagínense entonces. El sol y la luna.
Hasta que un día el querido abuelo que le enseñó a mirar el cielo se
enfermó. Pobre viejo, ella no se acuerda si alguna vez le contó cuánto lo quería.
Ella no se acuerda si le dijo alguna vez cuánto le gustaba hacer con él barriletes,
cazar mariposas, ir a la cancha, jugar a la rayuela, pisar un hormiguero en una
aventura campestre y treparse a los árboles. Porque a lo mejor el viejo quiso que
su primer nieto fuera varón, pero fue nena y no se hizo ningún problema. El viejo
querido cumplió todos sus sueños con ella y le permitió entender entonces que no
había diferencias entre varones y mujeres, y le permitió entonces aprender a elegir
sin mandatos, y le permitió entonces entender que si una quiere, puede alcanzar
el cielo, y tocarlo.
El querido viejo estuvo enfermo muchos años hasta que un día se murió.
Pero ellos se habían despedido antes. Porque un día ella lo fue a ver con sus
hijos, y el querido viejo que ya no hablaba (y dicen, no entendía) siempre que la
veía se ponía a llorar, como si no quisiera que lo viera así. Entonces ella
comprendió y se lo dijo crudamente (porque entre ellos siempre se dijeron la
verdad). Le dijo que no lo iba a ir a ver más, que estaba bien, que allí se
despedían. Y él se lo agradeció con su mirada.
Y fue ese día cuando a ella comenzó a gustarle su nombre. Porque esto del
sol y la luna era maravilloso. Se preguntó cuantos soles y cuantas lunas existen.
Entonces se dijo, existen muchos caminos conocidos y desconocidos con infinitos
horizontes por descubrir. Y hay un cielo, que con solo mirarlo nos invita a soñar.
Y ella, que con 30 años pensaba que ya era tarde para todos, ese día
descubrió que tenía el universo por delante.
Así fue como empezó a mirar el cielo todas las mañanas y todas las
noches. Y comenzó a disfrutar de la lluvia y las nubes, porque atrás están el sol y
la luna, y las estrellas fugaces para pedir los deseos más profundos. Como
cuando jugaban con el abuelo a descubrirlas en el cielo, las noches claras y felices
del verano.
Así es como cada mañana comienza a conquistar un nuevo día sin culpas y
con esperanza. Así es como cada noche descansa en paz, luego de darle un beso
a sus hijos y a su marido.
Porque el día de la despedida con el querido viejo, fue el día del renacer.
Hoy pisa los cuarenta. Y es feliz. Gracias, abuelo.

Cynthia Bustamante

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